Himnos de juventud
No resulta descabellado enfrentarse a las seis películas que conforman la filmografía de Teddy Williams (cinco cortos más su primer largometraje, El auge del humano) como quien se sienta a estudiar las distintas dobleces de un mapa que una vez desplegado ante nuestros ojos nos permite seguir el recorrido de una extraña hermandad de jóvenes, una especie de comunidad errante e imberbe con un mundo propio de rituales, dialectos y mitos varios tan fascinantes e hipnóticos como incomprensibles y ajenos, podríamos casi encontrar en esa cartografía sin fronteras una suerte de registro antropológico que nos es enviado desde una civilización en la que la pubescencia parecería el último refugio posible frente a la barbarie del mundo adulto.
Pocas miradas en los últimos años nos han ofrecido un acercamiento tan personal y genuino como el de Eduardo Teddy Williams a ese estado semibeatífico que rigen fuerzas divinas como la amistad, el hedonismo, el ocio y el deseo; haciendo un esfuerzo podríamos quizás hablar del Larry Clark que en la bellísima Ken Park planteaba la idea de la adolescencia como estado de pueblo elegido que resiste los envites de la mezquindad adulta. Pero mientras que Clark entona sus films a partir de una extraña ternura punk y un modo crepuscular arrebatador y fatalista, Williams nos habla con tono taciturno desde el NOSOTROS (este no es un dato cualquiera) con una batería de imágenes empapadas de misterio, en las que todo, de modo inesperado, toma la fuerza y fragilidad de una epifanía.
Y del mismo modo que no resulta conveniente caer en la torpeza de acercarse a una revelación con afán de interpretar, quien quiera abordar los films de Williams con ánimo analítico verá indefectiblemente cómo la fuerza de sus imágenes se disuelve ante sus ojos. Ya transcurran en Francia, Sierra Leona, Mar del Plata, Vietnam, Mozambique o Filipinas los no relatos errantes de Williams desbordan las convenciones narrativas, lingüísticas o geográficas, funcionando más como el canturreo doméstico de un grupo de niños perdidos como los ideados por J.M. Barrie en Peter Pan, criaturas caídas de sus cochecitos durante un despiste de la niñera y que ahora desde su refugio en el País de Nunca Jamás luchan por no llegar nunca a claudicar frente al cruel paso del tiempo.
Fran Gayo, director del Festival Internacinal de Cine de Ourense
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