Cine y pintura. Hedonismo y simetría
Si Godard decía que el cine eran 24 verdades por segundo, Peter Greenaway parece apuntar hacia la eternidad. Su cine no busca construir una historia a lo largo del metraje de un filme, si no crear imágenes, generar una estética que se agarre al espectador una vez salen los créditos. No es de extrañar que, hasta que descubrió las películas de Ingmar Bergman y comenzó a dedicar su tiempo al séptimo arte, su verdadera pasión fuese la pintura, profesión a la que se quiso dedicar. En su más de medio siglo de experiencia en la dirección como profesión, Greenaway experimentó con todos los formatos, denunciando aquellos que consideraban el cine como una mera ilustración del texto y llevando la composición visual a cotas de refinamiento formal nunca antes alcanzadas.
Firme defensor de la idea de que pintores como Velázquez, Vermeer o Rembrandt fueron los que inventaron el lenguaje del cine, Greenaway busca inspiración en ellos reinterpretando y adaptando los juegos de luz, las texturas de la imagen o la profundidad del campo a un cine con claros signos de autoría. Su admiración por estos artistas alcanza su punto álgido a finales de la década de los 2000, cuando realiza un documental, un biopic y una videoinstalación alrededor de la figura de Rembrandt y el cuadro La ronda de noche. Greenaway, acusándonos de ser unos ignorantes visuales cegados por el texto, analiza esta obra pormenorizadamente, desvelando las tramas de conspiración y misterio escondidas en la obra de Rembrandt. Esta imagen icónica, uno de los cuadros más conocidos y vistos de la historia del arte, se convierte aquí en el escenario de una investigación policial retratada por el pintor neerlandés a golpe de óleo y que Greenaway descubre al espectador.
La intriga rodea todos los filmes del director británico que, aunque se define como un defensor a ultranza de la imagen frente al texto, no puede negar su talento a la hora de escribir. Sus películas dibujan historias que giran alrededor de temas conocidos: lujuria, asesinatos, conspiración. Sin embargo, estas ocurren en un universo extraño donde un suceso mínimo puede desencadenar toda una serie de trágicas circunstancias, incluso un simple cisne blanco.
Peter Greenaway es un director que no esconde sus fetiches, sino que los muestra con un afán casi exhibicionista. En sus filmes, la cámara permanece firme, capturando la realidad como si el director estuviese pintando el lienzo mientras todo ocurre o, por el contrario, se mueve con precisión, en movimientos horizontales que parecen recorrer la escena como si fuese el escenario de un teatro. El director tiene también gusto por la simetría, un fetichismo obsesivo que recorre toda su obra de forma muy evidente. Greenaway, ahora convertido en una especie de arquitecto que reinterpreta espacios ya construidos, dispone el espacio de manera que se obtenga una simetría perfecta enmarcada entre columnas, grandes escaleras de mármol o estatuas.
No obstante, si hay algo que destaca en el cine del director británico es su gusto por el hedonismo. Sus películas están cargadas de personajes conducidos por una sexualidad digna de los sátiros griegos, así como abundan los raptos sexuales y el adulterio que, en ocasiones, remiten directamente a la mitología griega. Pero no todos los placeres son sexuales con Greenaway. También la comida y el alcohol son tentaciones a las que los personajes centrales en filmes como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante o El vientre del arquitecto deberán resistirse. Este hedonismo, a veces agresivamente violento y pornográfico, desemboca en un final en el que Greenaway, ahora convertido en testigo y juez, como el Rembrandt escondido en La ronda de noche, juzga y determina el final para los personajes que él mismo creó y los vicios que les otorgó.
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